La pólvora más explosiva del corazón patrio ha ardido en Chipiona.

Lo que comenzó como un almuerzo familiar en honor a Rocío Jurado se ha convertido en el epicentro de un terremoto mediático que amenaza con desmoronar un relato de décadas.

La chispa la encendió Carmen Ortega, cuñada de José Ortega Cano, al deslizar sin tapujos que ella y su marido, Aniceto, fueron testigos de un secreto familiar guardado con recelo: las huidas nocturnas de Rocío Carrasco y sus hijos, Rocío y David, de su propio hogar.

No eran simples escapadas, sino fugas desesperadas para protegerse de la supuesta ira desatada de Fidel Albiac.

El relato que ahora corre como la pólvora dibuja un escenario aterrador en la urbanización Valdelagua.

A altas horas de la noche, Rocío Carrasco, en bata y zapatillas, supuestamente sacaba a sus hijos de casa, empujándolos hacia un coche improvisado que los llevaba a un punto de encuentro inusual: una gasolinera.

Este lugar, lejos de ser un refugio casual, se habría convertido en el destino pactado para huir y levantar las sospechas de los vecinos.

Según el testimonio de Carmen, los niños esperaban aterrados mientras su padrastro, Fidel Albiac, rugía dentro de la casa.

Los gritos, los golpes contra los muebles, los televisores estrellados y los somieres rotos a patadas eran, al parecer, un eco recurrente que hacía que Rocío Carrasco, la hija de la más grande, perdiera la calma y pidiera socorro a sus cuñados con una simple frase: “Venid ya, que esto se desmadra”.

Esta semana, la madeja de silencio que Fidel Albiac ha tejido durante años con amenazas judiciales y demandas por doquier ha comenzado a desenredarse.

El testimonio de Carmen Ortega fue solo la punta del iceberg.

Amador Mohedano, en un video privado, ha confirmado la versión de su hermana y ha revelado que la propia Rocío Jurado, ya enferma, le llamó llorando, preocupada por la seguridad de sus nietos.

A esta confesión se suma la de Gloria Camila, quien en un directo improvisado ha asegurado que ella misma acompañó a su padre, José Ortega Cano, a recoger a Rocío Carrasco y a los niños de la fatídica gasolinera.

En sus palabras, la figura de Fidel Albiac se frenó en seco al ver a Ortega Cano.

Pero el golpe definitivo ha llegado de la mano de la justicia.

Un ex policía en excedencia, que fue vecino de la urbanización, ha presentado una denuncia formal en el Colegio de Abogados de Madrid, respaldada por 17 atestados de patrulla entre 2003 y 2006.

Estos documentos, que nunca llegaron a juicio por la incomparecencia de la parte denunciante, recogen intervenciones por “fuerte altercado domiciliario”, “rotura de mobiliario” y una “petición urgente de traslado de menores por episodio de agresión verbal y riesgo de agresión física inminente”.

Según este agente, los niños salían en brazos de los policías, pálidos como la cera, mientras Rocío Carrasco temblaba y Fidel Albiac se limitaba a repetir que llamaría a su abogado.

El panorama mediático se ha vuelto un polvorín.

Las productoras de televisión, los presentadores y los tertulianos que defendieron con uñas y dientes el relato de Rocío Carrasco se enfrentan a un colapso reputacional.

Televisión Española, que emitió el documental, se plantea ahora la posibilidad de retirarlo temporalmente de su plataforma para una “revisión editorial”, algo inaudito que evidencia el nerviosismo que se vive en los despachos de Torre España.

Mientras tanto, Telecinco ha olfateado sangre y ha convocado a sus figuras históricas para, con promesas de total libertad, despellejar el relato que ahora se viene abajo.

El personaje central de esta nueva historia es Rocío Flores.

Durante años, ha sido etiquetada como la gran villana, la agresora de su madre.

Ahora, con la verdad saliendo a la luz, la balanza se inclina a su favor.

Se encuentra en una encrucijada: hablar para cerrar la herida y limpiar su nombre o mantener el silencio por consejo legal.

Su entorno asegura que sopesa declarar ante notario para blindar su testimonio antes de que sea tergiversado por el circo mediático.

Su padre, Antonio David, se mantiene en un discreto segundo plano, sabiendo que la verdad, cuando lleva años encerrada, sale descontrolada y ya no necesita que nadie la impulse.

Rocío Carrasco, por su parte, ha optado por un silencio sepulcral.

Se rumorea que ha apagado el móvil, incapaz de lidiar con un eco que ahora resuena en cada tertulia.

A estas alturas, reconocer que esas noches en la gasolinera fueron reales, supondría desmontar el relato que la ha protegido judicial y mediáticamente durante más de dos décadas.

Y aquí nadie olvida la frase de la joven Rocío Flores en un plató de televisión: “Si yo hablo, se hunde España”.

Esa profecía, que en su día pareció una bravuconada, amenaza con cumplirse.

Porque la historia ya no trata de la violencia de género, sino de la manipulación, el miedo y la omisión de la verdad por parte de quienes la vivieron en primera persona.

La marea está subiendo y el castillo de naipes, sostenido con mentiras y silencios comprados, está a punto de derrumbarse.